Terence Crawford es un gran boxeador. Ya no hay debate al respecto. Durante más de una década,
Crawford creció, se adaptó y respondió a cada reto como lo hacen los grandes. A sus 37 años, no tiene nada que demostrar en ese sentido.
La mayoría de las historias del boxeo subrayan que la grandeza no surge de la nada. Es un camino que requiere tiempo y visión. En 2006, con apenas 18 años y aún dos por cumplir como profesional, las declaraciones de
Crawford a la prensa local de Omaha eran prácticamente las mismas que pronuncia ahora, en 2025:“Me encanta subirme al ring con otro peleador y poner a prueba mis habilidades. Puedo fajarte o puedo superarte boxeando. No me importa intercambiar golpes en absoluto”.
Ese mismo año derrotó a futuros campeones del mundo como Danny García y Mikey García. Sus palabras eran ciertas entonces y lo siguen siendo hoy.
Quizás más que cualquier otra cosa, la consistencia es lo que impulsa a un boxeador hacia la grandeza. Todos ven las victorias en el ring, pero solo uno vive cada golpe lanzado y recibido en el gimnasio, cada abdominal, cada ejercicio con balón medicinal que te aplasta el cuerpo, cada duda interna. Persistir a pesar del dolor y la incomodidad es lo que separa a los campeones de los grandes, y a los grandes de las leyendas.
Crawford comenzó a boxear en el Carl Washington Boxing Gym de Omaha, bajo la mirada de Midge Minor, héroe local. Su padre, Terence Sr., ya había boxeado en ese gimnasio, y su abuelo fue campeón amateur en el Medio Oeste. En un principio se inclinó por la lucha, pero pronto cambió al boxeo y forjó su propio nombre.
Otro ejemplo de esa consistencia es su relación con el entrenador Brian “Bomac” McIntyre, que ya cumple 18 años. El establo de McIntyre no tiene la profundidad de un Kronk Gym o un 5th St. Gym, pero ha sido la mano guía que Crawford necesitaba, como la mayoría de los grandes de la historia. Algunos boxeadores prosperan en el caos, pero la estabilidad de un mismo rincón y de expectativas claras ha sido una bendición para él, llevando al equipo a un récord invicto de 41-0.
El invicto es uno de los conceptos más contradictorios en el boxeo: a la vez inútil y valiosísimo. Los entrenadores de la vieja escuela lo descartaban porque significaba que un peleador nunca había lidiado con la adversidad. Para promotores y managers, en cambio, preservar la “O” es buen negocio.
En otras épocas, los púgiles peleaban varias veces al mes por necesidad: las bolsas dependían directamente de la taquilla. Con la llegada de la televisión y la publicidad, el dinero cambió, las fechas de TV se volvieron limitadas, las bolsas de élite se dispararon y la actividad general se desplomó. Hoy, en un deporte donde la meta es recibir el menor castigo posible y ganar lo máximo, es un buen momento para ser un boxeador de élite.
El problema es que la actividad ya no se compara con la de aquellos que terminaban carreras con 100, 200 o hasta 300 peleas. No es cuestión de talento, sino de época. Crawford no escapa a eso: en los últimos cinco años promedió apenas una pelea por año. Incluso Canelo Álvarez, que tampoco es el más activo, lo ha duplicado con 11.
Aun así, Crawford condensó una variedad impresionante de logros en 19 peleas de campeonato. Viajó al extranjero para ganar su primer título mundial, antes de transformar mágicamente a Omaha en ciudad de boxeo para su hijo pródigo. Luego unificó todos los cinturones en superligero —solo el tercer boxeador en lograrlo— y repitió la hazaña en wélter. Hasta su victoria sobre Errol Spence en 2023, lo único que le faltaba era un triunfo de firma.
La caótica situación de títulos en superwélter complica su victoria sobre Israil Madrimov, pero al menos añade matices a su hoja de servicios. Puede que no vuelva a defender ese cinturón, pero suma a su legado.
Y lo hizo del modo más difícil: enfrentando rivales en sus casas, luchando contra la política promotora y exigiendo las oportunidades que ya merecía. Se mantuvo firme y motivado ante rivales que pudieron haber provocado un descuido fatal en otros.
Crawford ya es uno de los grandes de su generación. Su currículum, quizá corto en nombres de renombre, está lleno de victorias convincentes sobre todo aquel que aceptó enfrentarlo.
Este sábado, en el Allegiant Stadium de Las Vegas, Crawford se enfrenta no solo a
Álvarez,
sino también a su destino. Cada boxeador lo hace en una gran noche. Pero él está al borde de una victoria espectacular: subir de peso para derrotar al “gigante” y retirarse como campeón indiscutido en múltiples divisiones, invicto.
Si lo logra, Valhalla y Canastota serán lo mismo. Y si consigue retirarse sin derrotas, en control de su salud y de su destino, eso valdrá más que cualquier puesto en la lista de los más grandes de todos los tiempos.