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Corey Erdman: No se puede predecir el resultado de Canelo Crawford basándose en la última pelea — la historia lo demuestra
Ring Magazine
COLUMNA
Corey Erdman
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Corey Erdman: No se puede predecir el resultado de Canelo-Crawford basándose en la última pelea — la historia lo demuestra
La inminente súper pelea entre Canelo Álvarez y Terence Crawford representa muchas cosas. Un choque entre dos de los mejores de esta generación, el combate de boxeo más grande en suelo estadounidense en casi una década, y una colisión que podría cambiar el paradigma al introducir una nueva potencia promotora en el ecosistema del boxeo.

Sin embargo, no es una pelea en la que ninguno de los dos llegue tras la mejor actuación de su carrera. El verano pasado, Crawford subió a las 154 libras para vencer por ajustada y competitiva decisión a Israil Madrimov en Los Ángeles.
Teniendo en cuenta todos los retos que enfrentó — una nueva división, la inactividad y un oponente de estilo complicado — fue la primera vez que Crawford no logró imponer su voluntad ni doblegar a su rival hasta llevarlo a la derrota. Como resultado, algunos observadores cuestionaron si Crawford ya había alcanzado su techo físico y si sus mejores noches habían quedado atrás.

En el caso de Canelo, viene de una apática victoria por decisión unánime sobre William Scull, que estableció récords negativos en CompuBox por su inactividad ofensiva. Por supuesto, gran parte de la culpa recayó en Scull, que optó por correr el ring evitando el intercambio, pero aun así la actuación generó dudas sobre la capacidad de Álvarez para cortar el ring y sobre su motivación en esta etapa avanzada de su carrera.


Pero muchas veces, a lo largo de la historia, se han cuestionado a los grandes campeones por su actuación más reciente antes de noches definitorias, y esas dudas terminaron siendo meros espejismos. De hecho, podría decirse que para tener la longevidad y el éxito necesarios para ser considerado un miembro del Salón de la Fama, como lo serán Álvarez y Crawford en el momento en que se retiren, un boxeador debe atravesar esos periodos de incertidumbre y salir fortalecido al menos una vez en su carrera.

Quizá el ejemplo más evidente en la historia del boxeo sea Sugar Ray Leonard, quien llegó a su pelea de época contra “Marvelous” Marvin Hagler en 1987 con una buena cantidad de detractores, todos con razones de peso para verlo como un desfavorecido 4-1. Leonard no peleaba desde mayo de 1984, cuando detuvo a Kevin Howard en nueve asaltos. Aunque Sugar Ray ganó aquella noche, sufrió la primera caída de su carrera en el cuarto round y, al momento de la detención, un juez lo tenía solo un punto arriba.

No eran solo los periodistas quienes dudaban de Leonard y de la sensatez de enfrentar a Hagler después.
“No tiene sentido engañarme ni engañar a nadie. Ya no está ahí. No puedo seguir y humillarme. Peleé con aprensión. Tenía miedo por mis ojos. Tenía miedo por todo mi cuerpo”, confesó Leonard tras aquel combate.


Leonard se retiró tres años, hasta que, irónicamente, decidió volver después de ver desde primera fila cómo Hagler derrotaba a John Mugabi en 1986. Como él mismo contó, estaba sentado al lado de Michael J. Fox y dijo en voz alta: “Puedo vencer a Hagler”. Aunque con el tiempo la victoria sobre Mugabi es celebrada, en aquel momento Leonard vio a Hagler “siendo boxeado” en ciertos asaltos, percibiendo una debilidad que podía explotar.

Leonard ganó el “Combate del Año” de The Ring, la “Sorpresa del Año” y más tarde la “Sorpresa de la Década”, silenciando dudas internas y externas. Claro, sigue siendo un resultado debatido, pero incluso si el fallo hubiese favorecido a Hagler, como muchos creen que debió ser, habría reforzado igualmente la tesis: dudar de un gran campeón por una actuación floja puede ser oro falso. En otro universo, las dificultades de Hagler ante Mugabi habrían sido solo un espejismo en el camino hacia que el “Marvelous” fuera reconocido como el verdadero Rey de los Cuatro Reyes.

También puede citarse a Salvador Sánchez como ejemplo de un boxeador que brilló al máximo justo después de un desempeño gris. A pocas semanas de un nuevo aniversario de su trágica muerte, abundan los homenajes a uno de los ídolos más celebrados de México, centrados en su brillante victoria sobre Wilfredo Gómez. Sánchez llegó al combate como campeón pluma del CMB y de The Ring, pero como no favorito en las apuestas. La razón principal era clara: Gómez era visto como una aplanadora imparable con una histórica racha de nocauts en peleas de título mundial.

Sánchez, además, venía de lo que Richard Hoffer del Los Angeles Times describió como una actuación “desafinada” y “deslucida” contra el desconocido Nicky Pérez, apenas un mes antes.


“Sánchez, quien había parecido el boxeador consumado en cinco defensas del título, estuvo lejos de su mejor forma el sábado, peleando tres libras arriba del límite de 126,” escribió Hoffer. “El mismo peleador que hizo ver a Danny López como si lo hubieran metido en una licuadora al ganar el título en 1980, ahora fallaba en sus ataques y recibía muchos golpes.”

Gómez apareció en el ring para burlarse de Sánchez inmediatamente después y continuó con las provocaciones hasta enfurecer al normalmente calmado y respetuoso mexicano, que lanzó una frase helada para la historia: “Será mejor que te tomes la foto antes de la pelea, porque después de que termine contigo no te vas a reconocer.”

Sánchez noqueó a Gómez en ocho asaltos en un combate histórico y un momento icónico de la rivalidad México-Puerto Rico, dejando el ring con su título y solo un lamento: “Quería castigarlo, darle una paliza durante 15 asaltos.”

Quizá Sánchez necesitaba esas provocaciones de Gómez para liberar la ferocidad que mostró aquella noche. Es un patrón común: muchos campeones encuentran un nivel extra cuando hay una motivación añadida. Nunca gusta acusar a un púgil de complacencia, especialmente cuando cada pelea supone arriesgar la vida, pero es innegable que hay noches en las que un boxeador está más motivado que en otras.

Así ocurrió la(s) noche(s) en que Evander Holyfield enfrentó a Mike Tyson. Holyfield llegaba dos peleas después de perder con Riddick Bowe y una tras una actuación olvidable frente a Bobby Czyz. Las casas de apuestas lo tenían hasta 25-1 en contra, mientras Tyson prometía a los fanáticos que sus hot dogs no se enfriarían si compraban un boleto, insinuando que sería un combate corto y unilateral, como lo pintaba Las Vegas.


Lo que él y muy pocos consideraron es que, para Holyfield, Tyson era su Estrella Polar: un monstruo al que soñaba derrotar desde que se conocieron de niños, el único rival capaz de obligarlo a sacar algo especial. Holyfield dominó y detuvo a Tyson en 1996 y lo venció de nuevo en memorables circunstancias la siguiente vez, contribuyendo en parte a la descomposición psicológica que llevó a Tyson a morderle la oreja en el ’97.

En el caso de Canelo y Crawford, es justo decir que ninguno llegó con la motivación que tendrán el próximo 13 de septiembre en sus más recientes actuaciones contra Scull y Madrimov. Los atletas de élite siempre están motivados, encontrando energía en múltiples fuentes, pero incluso para los más determinados, esas minas a veces se agotan o su exploración resulta más pesada. Sin embargo, si les das la pista de que el tesoro — lleno no solo de oro, sino también del legado con el que soñaron — está a su alcance, los verdaderos grandes cavan más profundo que nunca.

Así que descartar a Canelo y a Crawford sería bajo tu propio riesgo, sabiendo que, si son los campeones generacionales que todos reconocemos, hay muchas probabilidades de que uno — o ambos — tengan guardada una actuación especial para el mes que viene.
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