Lo recuerdo como si fuera ayer. El 14 de marzo de 1980, el equipo de boxeo de EE.UU. pereció, salvo Jimmy Clark, quien perdió su vuelo desde el aeropuerto JFK de Nueva York.
En aquel entonces, el boxeo amateur era mucho más grande de lo que es ahora. Era habitual escuchar a Howard Cosell narrar en vivo sus combates en televisión nacional. Fue allí donde vi por primera vez a Lemuel Steeples, de 139 libras, originario de St. Louis, Misuri.
No sabía mucho de él, más allá de que era bueno —en aquellos días uno leía los nombres en los periódicos, los escuchaba mencionados aquí y allá, pero no necesariamente los veía porque solo teníamos los canales locales de ABC, NBC y CBS—. Aun así, su nombre me resonaba por alguna razón.
Lo que no sabía era que aquel avión se estrellaría en Varsovia, Polonia, a pocos metros de la pista. Ni que entre las víctimas estaría Paul Palomino, hermano menor del excampeón wélter Carlos Palomino. Ni que el futuro campeón semipesado Bobby Czyz no hizo el viaje debido a una lesión. Ni que existiría un monumento con la estatua de un boxeador de espaldas, con casco protector, intentando levantarse de una caída, con la inscripción: “Caído pero no vencido… Perdidos pero nunca olvidados.”
Es una imagen poderosa que estoy conociendo 45 años después. Incluso Clark no sabía de su existencia. Nigel Collins la describe de manera magistral. Si eres demasiado joven para conocer esta historia, ahora es un buen momento para aprenderla.
Clark, hoy con 70 años, lo recuerda demasiado bien. Preferiría olvidarlo. No puede. Yo tampoco.