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México–Puerto Rico Clásico: Christopher Díaz llevó a Eduardo Núñez a aguas profundas
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Corey Erdman
Corey Erdman
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México–Puerto Rico Clásico: Christopher Díaz llevó a Eduardo Núñez a aguas profundas
Cada mañana, a las 5 a.m., Eduardo “Sugar” Núñez sale rumbo a la Carretera 22 para correr hasta la Playa Maviri, a 30 kilómetros de Los Mochis, México. Núñez pasa junto a vendedores de comida que comienzan a instalarse y a campesinos que recogen maíz, arándanos y la caña de azúcar, cultivo principal de la ciudad y razón de su apodo.

A Núñez le gusta la tranquilidad que brinda la cercanía al agua. Tras sus cinco a ocho kilómetros, completa la rutina con algo de sombra en la arena. No hay altavoces Bluetooth con música motivacional, solo el suave golpeteo de las olas y el chasquido de la vida marina que luego termina en los platos de los numerosos restaurantes de sushi de la ciudad.

La semana de su defensa en casa del título mundial superpluma de la FIB contra Christopher Díaz, sin embargo, Núñez no tendría que ir lejos para encontrar aguas profundas. Los remanentes del huracán Lorena azotaron la costa oeste del país y llegaron a Los Mochis, convirtiendo aceras en litorales improvisados. Más de 300 casas sufrieron daños y los coches quedaron atrapados hasta los parachoques en agua.

El jueves, en el pesaje, la lluvia repiqueteaba sobre el techo del recinto. Las luces se apagaron brevemente mientras equipos y peleadores esperaban las furgonetas que se atrevieron a navegar como lanchas rumbo a los hoteles. Núñez haría su último “shakeout” bajo techo en el Kochul Gym, mientras Díaz, con su gorra roja de WAR en homenaje al mítico Marvin Hagler, parecía listo para aislarse antes de la batalla.

Hay aguas tranquilas que uno busca y aguas profundas que te encuentran; la diferencia entre un paseo relajado y una corriente que amenaza con arrastrarte. Ese fue el tema de la noche del sábado, cuando Núñez se vio en las aguas más bravas y hondas que había enfrentado en un ring frente a Díaz.

Tras ganar el título en Japón ante Masanori Rikishi, su promotora Matchroom le concedió el honor de una defensa en casa. Históricamente, estas peleas suelen ser un “paseo por la playa”, diseñadas para prolongar el reinado del campeón medio año más. Basados en la derrota previa de Díaz ante Henry Lebrón, el equipo de Núñez creyó que sería un rival reconocible, pero no amenazante.


No era una suposición descabellada: Núñez había demostrado una combinación letal de presión y pegada, con una musculatura imponente y poder de nocaut de un solo golpe que recordaba al de Artur Beterbiev. Las casas de apuestas lo tenían favorito -5000.

Pero si Núñez quería complacer a su público, Díaz estaba impulsado por la certeza de que era su última oportunidad mundialista. Uno de los verdaderos “hard-luck cases” del boxeo, “Pitufo” ya había quedado corto ante Emanuel Navarrete y Masayuki Ito, resistiendo con ojos cerrados e incontables caídas, siempre intentando ajustar y recuperar el control.

Cuando sonó la campana, el rugido del Centro de Usos Múltiples subió junto con la humedad. Las peleas México–Puerto Rico siempre encienden emociones, más aún cuando el local defiende en su propia ciudad. Pero el invasor Díaz reclamó el centro del ring, estableciendo el tono para una contienda que superó todas las expectativas.

A diferencia de peleas anteriores, Núñez se topó con un rival que no se dejaba arrastrar por la corriente. Díaz resistía las embestidas y encontraba respuestas para frenar el ritmo. En el tercer asalto, un derechazo suyo echó la cabeza de Núñez hacia atrás sobre las cuerdas, arrancando un suspiro nervioso de la afición y confirmando que su poder también contaba.

En el séptimo, Núñez consiguió lo que sería su salvavidas: dos caídas con derechas. La primera fue más discutida que la segunda y ambas quizás favorecidas por el ring resbaladizo tras horas de sudor, humedad y publicidad en la lona. Al volver a la esquina, su entrenador le envolvió cinta adhesiva con el lado pegajoso hacia afuera en las botas, buscando tracción pero también recordándole que no había vuelta atrás: debía plantarse y guerrear. “Puede ser tu última oportunidad”, le gritó crudamente.


Díaz peleó con la resiliencia que solo la desesperación extrae. Al final del octavo, un gancho de izquierda suyo obligó a Núñez a abrazarse voluntariamente por primera vez en mucho tiempo. Dos asaltos después, Núñez devolvería el efecto con una derecha, pero la voluntad del boricua y el “otro lado de la cinta” lo mantuvieron en pie.

Un indicio de que un combate es grande es si la multitud suena más fuerte al final que durante los himnos y presentaciones. En el 12º, cuando ambos intercambiaron golpes de nocaut, la arena entera retumbó como la lluvia del día previo en el pesaje.

Finalmente, Núñez había acumulado suficientes asaltos y, con las dos caídas a su favor, se llevó la decisión unánime, disfrutando de la admiración de sus vecinos, incluido el ídolo local Jorge “Travieso” Arce, que vio la pelea entre los fanáticos de pago. La tormenta pasó y, aunque mucho quedó en la orilla, las aguas volvieron a la calma.

Los más de 7.000 asistentes rodearon tanto a Núñez como a Díaz a la salida del recinto, antes de regresar corriendo para ver ¡diez peleas más! fuera de televisión. Un Díaz orgulloso y desafiante cambió su gorra de Hagler por un sombrero vaquero, recibiendo halagos e incluso sushi gratis de un chef que había seguido la pelea en TV.

Mientras Núñez regresaba a casa para prepararse para su trote habitual, Díaz, aún con sombrero y ahora con una cerveza fría en mano, inició su viaje de dos días de regreso a Puerto Rico con la misma entereza que mostró en el ring.
“Hasta la próxima”, aseguró a todos en el autobús rumbo al aeropuerto de Los Mochis.
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