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La Nueva Escuela de Boxeadores Cubanos Está Muy Lejos de Ser Aburrida
COLUMNA
Corey Erdman
Corey Erdman
RingMagazine.com
La Nueva Escuela de Boxeadores Cubanos Está Muy Lejos de Ser Aburrida
Durante años, ver el nombre de un boxeador cubano en una cartelera bastaba para anticipar el tipo de pelea que se avecinaba: técnica impecable, defensa férrea, movilidad constante, y un enfoque metódico en el contragolpe. Este “estilo cubano” de boxeo, perfeccionado por generaciones de amateurs formados en la legendaria escuela nacional, dominó los Juegos Olímpicos y campeonatos mundiales, pero a menudo dividía opiniones cuando sus exponentes daban el salto al profesionalismo.

Los ejemplos más notorios, Guillermo Rigondeaux y Erislandy Lara, brillaron por su habilidad defensiva, pero fueron criticados por su bajo volumen de golpes y sus peleas carentes de acción explosiva. Aunque ambos lograron nocauts, sus presentaciones eran más quirúrgicas que feroces, más de ajedrez que de guerra. Para muchos aficionados, les faltaba “chispa”.

Pero asumir que todos los boxeadores cubanos siguen el mismo molde es un error. Al igual que el “estilo mexicano” puede ir de un Julio César Chávez a un Miguel Vázquez, y el “soviético” de un Dmitry Bivol a un Ruslan Provodnikov, la escuela cubana tiene más matices de lo que parece. Ahí están Yuriorkis Gamboa y Yuniel Dorticós, ejemplos claros de cubanos que jamás evitaron el fuego cruzado.


Este debate resurgió con fuerza tras la reciente actuación de William Scull ante Canelo Álvarez, una pelea que registró los números más bajos de golpes lanzados y conectados en una pelea de 12 asaltos desde que existe CompuBox. Scull, fiel a su interpretación más clásica del boxeo cubano, se movió por el perímetro, lanzó golpes aislados y evitó el intercambio directo. Para muchos, fue simplemente un combate para el olvido.

Scull defendió su estrategia tras la pelea:

“Sentí que controlé la distancia. Canelo no pudo cortarme el ring. Lancé más golpes y conecté los más limpios. Pero ahora me doy cuenta de que debí hacerlo ver más decisivo,” dijo a Fight Hub TV.
“Ese es el principio cubano: pega y no te dejes pegar. Todos conocen nuestra escuela.”

Aunque su planteamiento es válido desde la óptica amateur, deja al descubierto las limitaciones de ese estilo en el boxeo profesional, donde el espectáculo y la agresión suelen ser más valorados por jueces y público.

La nueva era cubana
Sin embargo, Scull ya no representa la norma. El boxeo cubano ha evolucionado. Lo que alguna vez fue una fusión de los estilos soviético y estadounidense, propuesto por el mítico entrenador Alcides Sagarra, hoy es un tapiz global. Con el paso de los años —y mucho antes de que se levantara la prohibición al profesionalismo en la isla— entrenadores y peleadores cubanos comenzaron a absorber influencias extranjeras.

Ejemplos recientes como Christopher Guerrero, que ha entrenado en Cuba, o William Zepeda, que ha compartido campamentos con la selección cubana, demuestran que el intercambio técnico ya no es unidireccional. Cuba enseña, pero también aprende.


En este nuevo panorama, boxeadores como David Morrell, Andy Cruz y Robeisy Ramírez conservan las bases técnicas cubanas, pero han adoptado estilos más versátiles, agresivos y atractivos. Son productos de una nueva generación que combina inteligencia táctica con potencia, ritmo y espectáculo.


Hernández enfrentará a Kyrone Davis en la cartelera de Caleb Plant vs. Armando Reséndiz, mientras que Iglesias está cerca de disputar una eliminatoria o título interino.

Para quienes aún se guían solo por la bandera junto al nombre, les bastaría ver a Hernández demoler a Ángel Ruiz en febrero, o el brutal nocaut de Iglesias sobre Petro Ivanov en noviembre. Pero, advertencia: ese último video no es apto para sensibles.

Una nueva escuela, un nuevo espectáculo
La nueva escuela cubana no es solo para los puristas ni para los obsesionados con la técnica. También es para el público casual, el que busca emoción, drama, riesgo y contundencia. Son boxeadores con fundamentos clásicos, sí, pero con mentalidad global y ambición profesional.

Ya no basta con "pegar y no ser golpeado". Ahora, se trata también de dejar una impresión, de conquistar al público más allá del resultado.

El boxeo cubano ha cambiado. Y no es aburrido. Todo lo contrario: es peligrosamente emocionante.

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