Por lo general, cuando los boxeadores conquistan uno de los títulos regionales de los cuatro principales organismos sancionadores, se considera simplemente un peldaño más hacia la verdadera meta: el título mundial. Son comparables a los trofeos de conferencia en fútbol americano, baloncesto o hockey, logros y recuerdos que enorgullecen a los atletas, pero que al mismo tiempo prefieren no exhibir con exceso para no tentar al destino de sus aspiraciones mayores.
Sin ese contexto, a algunos les pudo haber parecido extraño ver a Christopher Guerrero contener las lágrimas al recibir el título welter Continental de las Américas del CMB, tras su victoria por decisión unánime en diez asaltos sobre Oliver Quintana, la semana pasada en Montreal, en una transmisión por ESPN+. Guerrero tomó el micrófono del recinto y le dijo al promotor Camille Estephan: “Te dije que algún día ganaría esto. Esto es para ti”.
Para Guerrero, el título significaba mucho más que solo un ascenso en el ranking del CMB en las 147 libras, o la confirmación de que es uno de los mejores prospectos de la división. Era una prueba tangible de que sus sueños infantiles no eran tan descabellados como muchos podrían haber pensado.
Cuando Guerrero tenía 12 años, aún como amateur juvenil entrenando en el gimnasio Underdog del centro de Montreal con Mike Moffa, encontró su camino hacia el ring del Hilton Lac Leamy en Gatineau, Quebec. Ghislain Maduma, por entonces uno de los grandes talentos del establo de Moffa, acababa de vencer a Saul Carreón y celebraba con el título ligero Continental de las Américas del CMB, que había ganado ese mismo año. Un joven Guerrero —a quien Estephan describe retroactivamente como “un niño algo rellenito”— tomó el cinturón y le dijo a Estephan: “Esto será mío algún día”.
“Sostener ese título fue algo muy sentimental para mí. Marca un hito importante. Es una revelación en mi vida que el destino se está desarrollando como yo siempre quise. Y no solo eso, el cinturón del CMB... mi sueño siempre fue ser campeón mundial, pero simplemente sostener uno de estos ya es algo enorme”, le dijo Guerrero a The Ring. “Antes era de esos que decían ‘¿por qué hay tantos títulos?’, pero ahora lo entiendo. Te da un impulso de confianza, un poco de prestigio, y te pone en el estado mental correcto, el de que estás en el camino adecuado”.
El camino que esperan sus compatriotas quebequenses es uno que termine en la cima del boxeo mundial. Durante la previa al combate entre Guerrero y Quintana, más de un medio en la provincia se preguntaba si Guerrero sería la próxima gran estrella de Quebec. Hasta la última revisión, hay siete boxeadores masculinos que viven o entrenan en Quebec y están clasificados dentro del Top 15 de algún organismo sancionador importante, y Guerrero, con 23 años, es por mucho el más joven del grupo.
El mayor de ese grupo es Jean Pascal, de 46 años, cuya personalidad y enfoque de marketing durante su apogeo —llenando arenas en Canadá y atrayendo millones de espectadores en HBO— sirven como un interesante punto de comparación con la manera en que Guerrero maneja su actual ola de atención mediática. Pascal, en su mejor momento, emanaba confianza y era extrovertido, sin llegar a convertirse en un villano absoluto, incluso en la antesala de su histórica pelea nacional contra el querido Lucian Bute.
Guerrero ha acumulado una considerable base de seguidores en TikTok, y en redes sociales en general, que incluso supera lo que ha conseguido hasta ahora sobre el ring. Lo ha hecho con una receta que ha gustado a todos: una mezcla de espontaneidad, carisma, orgullo y humildad a partes iguales.
Hoy en día, cuando camina por un centro comercial, es probable que algún fanático lo detenga antes de llegar a Foot Locker. Sin embargo, resiste la tentación de ponerse al mismo nivel que figuras como Terence Crawford, quien estuvo presente en primera fila viendo su pelea la semana pasada. Guerrero sabe a dónde quiere llegar, pero también valora dónde está ahora.
“La gente me pide fotos, claro. Seguro que muchos ni han visto mis peleas. Pero bueno, así es este juego en el que estamos. Este mundo de las redes sociales. Tenemos que monetizarlo de la mejor manera posible”, dijo Guerrero. “Cuando llegue el momento de llamar a esos campeones, llegará. Todo tiene su tiempo. Y ese momento aún no ha llegado. Todavía estoy en desarrollo. Tengo solo 23 años. Estoy en pleno recorrido de esta carrera, este deporte, esta profesión. Ellos ya son leyendas, perfeccionaron su arte. Ahora me toca a mí perfeccionar el mío. Eso me da perspectiva de dónde estoy parado”.
La actitud centrada de Guerrero puede atribuirse, quizás, a la influencia cercana de su madre Rosemary, quien fue la razón por la cual continuó en el boxeo tras considerar dejarlo durante su etapa como amateur de élite. A pesar de las duras realidades económicas de ser uno de seis hermanos con un estipendio limitado del equipo nacional y sin tiempo para trabajar, Rosemary alentó a su hijo a perseguir sus sueños. Hoy en día, está presente en cada pelea, y a menudo es protagonista de las transmisiones por su efusivo apoyo a su hijo, tan cómoda frente a la cámara como él sobre el ring.
En 2024, Guerrero pasó tiempo en Filadelfia, entrenando con el equipo de Jaron “Boots” Ennis, compartiendo sesiones de sparring con el grupo de talentos reunido en el gimnasio de Bozy Ennis, y según sus propias palabras, desmenuzando lo que hace a “Boots” tan especial. Guerrero y su equipo han formado una amistad con la familia Ennis, y espera poder hacer una peregrinación anual a Filadelfia para evaluar su nivel y medir su progreso enfrentando al campeón unificado.
Aunque se jacta de haber estado a la altura frente a todos los demás en el gimnasio, no se avergüenza de admitir que Ennis le dio lo suyo en su último cruce.
“Es tan bueno que le pedí un autógrafo”, admite Guerrero.
Estilísticamente, a Guerrero lo han comparado con Teófimo López, por su atletismo y potencia explosiva que aparece a partir de configuraciones creativas en el ring. Fue un reflejo tan fiel de Teófimo que lo eligieron como el principal sparring de Steve Claggett cuando este se preparaba para enfrentar a López el año pasado. Fue otro vistazo para Guerrero de cómo podría ser, algún día, un campamento de preparación para una pelea por título mundial.
Aunque admira el boxeo de López, prefiere mucho más la actitud de Ennis: brillante dentro del ring, pero discreto fuera de él.
“Si hay un modelo de comportamiento como campeón, como referente, ese es Boots”, dijo. “Rezo para que Teófimo suba a 147 libras algún día para poder vengar la derrota de Steve. No es un reto ni nada... solo digo que quizás, algún día. Ryan (García) ya está en 147. Esa es la pelea que quiero. ¡Esa sí considérenla un reto!”
Después de procesar la emoción de recibir el cinturón regional que prometió sostener hace doce años, Guerrero respondió a una pregunta sobre cómo celebraría la ocasión. Dijo al público del Casino de Montreal que su fiesta sería en un club de la ciudad.
Pero al final, Guerrero eligió algo más discreto. Rechazó el brillo y el glamour, y en su lugar, él y sus amigos y familiares hicieron lo más quebequense que se puede hacer: cerrar un café local de carne ahumada en Montreal.
Con su cinturón verde a cuestas, Guerrero se empapó de las cosas simples que muchos dan por sentado.